Es difícil entender cómo en Colombia se ha logrado consolidar equipos en deportes colectivos e individuales de alta competencia en distintas modalidades. En los últimos años hemos logrado entrar a podios de deportes femeninos que años atrás no estaban en nuestra cabeza. Como siempre, las mujeres luchando y sacando la cara por el país.
Caterine Ibargüen, Mariana Pajón, María Isabel Urrutia, la ‘Chechi’ Baena, Fabiola Zuluaga, Yuri Alvear, por mencionar algunas de las deportistas que en el transcurso de los años demostraron que las mujeres colombianas siempre han podido estar en la élite de distintas disciplinas del deporte. Las mismas que motivaron a miles de mujeres que hoy se dedican a complacer a una multitud que al final se muestra interesada y vacía.
Una afición que se suma a comunicadores que solo están cuando hay luz verde, cuando se ve la medalla colgada, cuando sienten “orgullo” en la victoria y decepción en la derrota. ¿A qué vendrá todo esto? ¿Por qué tenemos un fenómeno tan triste en nuestro deporte femenino? Si no son primeras, no sirven. Esa realidad la asumimos como un trago amargo de realidad, pero el lado negativo está en el impacto que esto tiene sobre nuestras representantes.
No solo se puede ser reactivo y consciente con la premiación, un partido decisivo o la votación para ser sede de un Mundial. Atrás de todo esto hay un proceso, uno largo, de toda una vida. En el fútbol femenino en particular. Nuestras mujeres arrancan a temprana edad, jugando con varones para poder ser parte de un equipo, hasta conquistar alguna escuela, club o entrenador para poder mostrar sus capacidades. Familias que hacen esfuerzos económicos fuera de sus cuentas, tiempo que se imprime, lágrimas que corren tras negativas y victorias que saben a oro en un país donde hay una supuesta liga profesional, pero con contratos que duran la mitad de la mitad de un año.
¿Nos falta mucho? Totalmente, pero hemos logrado sobrevivir con menos. Con menos hemos logrado conquistar lo impensado y nos hemos puesto en lo más alto del continente. ¿No es suficiente? Por favor, bajemos de esa nube de egolatría y entendamos que estamos en un proceso. Colombia hace bien las cosas y me refiero al talento, no a la gestión directiva. Nuestras mujeres tienen mucho para hacer y demostrar. Así que usted decide… ¿Se sube o se baja del barco? Espero que mantenga una decisión firme, con respeto y amor por lo que representan las mujeres y los hombres de este país.
Necesitamos más empatía y menos tendencia. El error de ver al deporte como una simple función de entretenimiento, no invalida pero si minimiza el impacto. El deporte femenino es una herramienta de construcción social en un país como Colombia, donde se crea un espacio para poder mostrar y evidenciar necesidades convertidas en éxitos, en procesos y en un camino largo para recorrer, pero para recorrer juntos. Colombia necesita más apoyo constante y no seguidores del momento que no saben por qué llegaron y menos por qué se van. La decisión está en cada persona.
El barco arrancó hace años.